Indescifrable

A menudo, sin quererlo, te sorprendes mirando en tu interior, en lo más profundo. Allí donde nadie mira y donde pocas veces te detienes demasiado. Te das cuenta de que esas heridas que juraste que eran cicatrices, sangran de vez en cuando y esas absurdas nimiedades, duelen más de lo que quieres admitir. Te cansas de cargar con esa coraza, pero no puedes deshacerte de ella. Así que intentas cada día quitar una pequeña capa, muy fina, que no se note. Quizá algún día, sin darte cuenta, la coraza será imperceptible. Pero en el fondo te niegas a desasirte de ella y por las noches, acurrucada en tu cama, comienza una batalla en tu mente de la que sabes que saldrás mal parada y no puedes hacer nada para evitarlo. Siempre utilizas el silencio estratégicamente en tus guerras y es en ese momento cuando comienzas de nuevo a vestir de finas telas invisibles tu coraza. Siempre la misma táctica. Crees que adornándola con bellos trapos, no notarán que bajo ella hay una armadura impenetrable y bajo esa armadura, un corazón que late y que sangra. Que esconde su dolor entre vísceras y a menudo, ese nudo no lo puede deshacer nadie. Pero ya no importa, has aprendido a vivir con ella y ya es parte de tu piel. No puedes permitir que atraviesen ese espacio tan tuyo que escondes en la oquedad de tu pecho, entre tus entrañas. Donde todo se remueve cuando sopla viento de nostalgia y no puedes controlar ese vendaval de sentimientos. Deja tu tez mustia, un misterio inescrutable, un ser hermético que solo se expresa sutilmente con el papel y la pluma.


Y allí sigues, en ese mundo onírico de bosques encantados, cascadas y castillos de guijarros. En lo alto de la cima, con una copa de vino y la suave brisa. Donde puedas gritar tu nombre sin avergonzarte, porque sí, te sonrojas con pequeñas cosas. Sigues teniendo esos largos monólogos contigo, porque no eres capaz de expresarlo en voz alta. Te culpas por lo que dices y por lo que callas. Te culpas por saber de alguien, crees que molestas si lo haces (sí, siempre crees que molestas), aunque también te culpas por no hacerlo. Porque siempre te acuerdas de todo el mundo, aunque sabes que eso no es lo normal. Y siempre te disculpas, pides perdón constantemente por todo.
Sigues entrando en lo más hondo y quieres demostrarte que eres más normal de lo que imaginas. Que te gusta el café hirviendo, aunque te queme la lengua. Que te gustaría soportar los abrazos, esos sinceros que no contienen abrojos y las caricias en la espalda, qué... es un romance tóxico de amor-odio que nunca entenderás.
Que tu relación con los bosques y los atardeceres será eterna. Y que te alimentarías solamente de chocolate negro y hasta bañarías tu cuerpo en él.
Odias los espejos que te engullen y proyectan los jirones del pasado y no, no me refiero a las arrugas ni a los daños. Te aterran las multitudes y el contacto físico. Extremadamente desconfiada. Eres un libro en blanco, escribes y dibujas y arrancas páginas que nadie leerá nunca.
Eres indescifrable y lo sabes.

Aprendiendo lo desaprendido

Estoy dejando de buscar respuestas absurdas en ese viejo baúl carcomido de culpas y desastres.  Estoy dejando la culpa atrás, mientras camin...