Me olvidé de olvidar

Te pido perdón, me olvidé de sonreír. Olvidé poner dos pinzas en mis hoyuelos hasta provocarte una sonrisa. Olvidé también, apartar las nubes para que puedas ver como al amanecer, el cielo se tiñe de rojo y violeta. Te pido disculpas, olvidé dejarte el último sorbo de vino que sueles probar de mi boca. Que sabes que me gusta tanto, que acabo lamiendo los tuyos.
O no quiero olvidar decirte que olvidé susurrarle al viento tu nombre. Sí, sé que te ríes de mí cuando me escuchas y después, te quedas embelesado cuando las copas de los árboles bailan conmigo. Más tarde llega la lluvia de hojas caduca, que me recuerda que puede caer al vacío lo que no sirve. Porque siempre hay un motivo para renovarse y seguir adelante.
Olvidé también dejarte colgado en la nevera nuestro abrazo más intenso, ese que te empeñas en darme porque crees que acabaré perdiendo el miedo a las manos con abrojos. Y yo, que aunque no quiera reconocerlo, mi cuerpo sí reconoce al tuyo y muere por sentirlo.



Podríamos ser

Podría decirte, que es precioso ver el reflejo en tus ojos del atardecer en el mar. 
Que aunque sabes que soy más de montañas, muero por probar en tu piel el sabor de la sal.
Que me niego a creer que solo las olas acarician tu espalda y que quiero ser tsunami en tu cuerpo. 
Podría decirte, que cuando estoy contigo, me vienen a la mente palabras sueltas como salvaje, sentir, fuego o escalofrío y que, a solas, se convierten en verso y en delirio.
Podría pedirte que me explicaras cómo consigues que sienta este fuego salvaje que crepita dentro cuando estoy contigo y que me provoca escalofríos. 
Podría pedirte que te quedaras conmigo.
Podríamos ser amanecer y podríamos ser mar. 
O esa brisa mañanera que se cuela por los agujeros de la persiana. 
Que nos invita a amarnos de nuevo, enredar nuestros muslos y azotados por el deseo, seamos uno.



La chica de la ventana

Tercera parte 

La niebla cubría parte de las montañas y parecía engullir las casas de lo alto. No conocía demasiado bien el lugar, salvo los barrotes esparcidos por una calle desierta. Amoladoras y sierras circulares esparcidas por un suelo cubierto de sangre.
Barrotes serrados y colocados estratégicamente en una especie de estrella de puntas redondas de hierro forjado, rojo incandescente, salido de la fragua.
Todos y cada uno de ellos habían sido marcados con esa estrella sin puntas. El olor a carne quemada era cada vez más intenso y pronto, ese olor se mezclaría con sangre y cuerpos desgarrados.

Quedaban pocos hombres en pie y yo seguía hambrienta. Mis manos deseaban estrujar la carne desgarrada de sus cuerpos mutilados. Impregnar cada parte de mi cuerpo inyectando su sangre en cada poro de mi piel, obstruyéndolo con ese color rojo intenso.
Mis manos paseaban por mis pechos y por mis muslos hasta liberar el placer contenido con la rabia. Empapada en sangre y placer y escuchando en mi interior sus gritos, mi cuerpo vibraba y escupía toda la culpa que pudo anclarse en mis entrañas. Dejando vacía la estancia, como siempre y de nuevo, la cara de esa chica que escondía su venganza tras los barrotes de una ventana.
Y otro día más, despierto empapada en sudor y con una extraña sensación de haber vivido algo muy intenso. Sintiendo de nuevo el fuego crepitar en mi vientre.
¿Qué me está sucediendo?




La chica de la ventana

Segunda parte 

Sigo sin comprender la necesidad que tengo de levantarme a las cinco de la mañana, arreglarme y fingir que tengo que pasar por su calle para ir al trabajo. Y esperar a que salga como cada día para ver el amanecer. Ni siquiera sabe que existo, de hecho, creo que le doy miedo. No me extraña. Si fuera más guapo, más inteligente o más extrovertido. Podría atreverme a decirle por lo menos un simple, hola. Podría explicarle que la luz solar visible se compone por los siete colores del arco iris y cuando entran en la atmósfera, las moléculas del aire explosionan con diferentes colores. Podría decirle que, ese azul es más disperso y mientras ella mira hacia arriba, hace que el verde de sus ojos, destaque con gran intensidad con el rojo del cielo. En esos momentos, los gases y partículas de la atmósfera, hacen desaparecer el azul, y es cuando inhalo y exhalo el poco aire que me dejan tus labios cuando los muerdes, mientras contemplas las diversas tonalidades amarillas, anaranjadas, rojas y violetas. Te estremeces entre tus barrotes y tus ojos brillan con tanta intensidad, que no distingo dónde comienza el cielo y donde termina tu boca.
Tengo que dejar de perseguir una quimera y volver a la tierra. Lo peor de todo, es que no eres consciente de lo hermosa que es tu sonrisa cuando nadie te mira. 



Aprendiendo lo desaprendido

Estoy dejando de buscar respuestas absurdas en ese viejo baúl carcomido de culpas y desastres.  Estoy dejando la culpa atrás, mientras camin...