Tormenta de recuerdos

Estoy balanceándome en un columpio, mi cuerpo se eleva cada vez más, ya no necesito ejercer fuerza con mis piernas, la inercia incrementa la amplitud elevándome a lo más alto. Como si una tormenta de arena atravesara mi cuerpo, el aire sacude mi rostro y araña con partículas de recuerdos pasados y presentes.

Me cuesta respirar y esa fina arena se mezcla con mi sangre y mi suelo desnudo de ausencias. No sé cuánto tiempo aguantaré en este estado gravitatorio. En esta subida y bajada de emociones que dejan patas arriba todos mis órganos. Quizá sea mejor que salte al vacío y esperar que mi cuerpo caiga de pie como los gatos.

Pero posiblemente no sea el caso.

Ya malgasté demasiadas vidas intentando no caer y a mi cuerpo desierto no le quedan más tormentas. 




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¿Cómo lo hago?

Dime, ¿Cómo lo hago?

¿Cómo hago para no rendirme? Cómo hago para descalzarme esta aflicción que me pesa al avanzar. Mi mente está sumisa en una extraña danza de letras incoherentes que no consigo descifrar.

Y me pesan

Y me ahogan 

Que los años no arreglan los rotos y los zurcidos de la vida, ni las miradas perdidas en vacíos inexplicables.

A veces la nostalgia tiene aristas muy afiladas y cuando intentas descansar en ella, es inevitable que deje huellas marcadas en nuestra piel. Después arrastramos un dolor indescriptible, como pequeños seres diminutos mordiéndonos por dentro.

Y nuestra trayectoria por la vida se basa en no pisar la sensatez y que nos pille descalzos. Que a menudo caminamos sobre clavos y ya no sentimos más dolor del que conocemos. 

Solo nos queda cerrar los ojos y refugiarnos en ese mundo onírico, que si nos proponemos, conseguimos controlar, antes de que sea nuestra mente la que nos controle a nosotros. 




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Debería ser suficiente

La poesía debería ser suficiente para vomitar todos los cristales que tragas por el camino

Debería ser suficiente 

Para desterrar la frustración y hacerle un hueco al triunfo

Que la poesía te desgarre la piel para coserla después y para besarla

Que te haga el amor y que al amanecer ya no esté a tu lado.

Porque la poesía debería llenar todos los mares con sus lágrimas y vaciarlos después con cascadas de emociones y que te vacíe de lo superfluo

Que libere miles de mariposas de tu estómago y se transformen en crisálida

Y que nunca termine su metamorfosis

Que unan palabras de todo el mundo y que formen una gran cadena de versos

Y después

Qué queda después de la poesía 



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Si no hay delito no hay verdugo

Derramé la conciencia de un sueño vacío de alfileres rotos

Ya no se quedan clavados en mi memoria

Los tragué uno a uno hasta ingerir el fármaco perfecto

La cura deliciosa que mate la culpa

Duermo entre las manos de esos alfileres derramados

Y los sostengo como el primer café de la mañana

sintiendo las punzadas en la yema de mis dedos

pero no sangra la culpa ni llora la conciencia

Si no hay delito no hay verdugo



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Estar viva no es solo sentir latir tu corazón

No fui consciente de lo que me costó volver a ese lugar. Pisar de nuevo esas baldosas que tantas veces me vieron caer, que recogieron tantas lágrimas y rasguños. Hasta que no sentí ese escalofrío oscuro que recorría todo mi cuerpo. 

En cada uno de esos rincones que me quedaba agazapada, mirando como la vida pasaba delante de mis narices y no me dejaba hueco libre donde agarrarme. Observando a todo aquel que pasaba por mi lado y con la mirada fija de perro abandonado, como pidiendo auxilio sin decir una palabra.

El peso de la resignación que me dejaba fisuras y sin fuerzas para levantarme, cuando pasaba la indiferencia por delante y me dejaba migas de pan y un vendaval que arrasaba con todo. 

En todo ese tiempo, solo disfrutaba de mi pluma y mis dedos, que a menudo se empeñaban en desgarrar cada parte de esa piel muerta y abandonada y noté que era mía por el dolor que me causaban las heridas.

Entonces me di cuenta de que estaba viva. Que mi pecho se hinchaba al inhalar el aire contaminado de esa maldita estancia. Opté por seguir respirando, aunque mis pulmones se hicieran nudos con mis arterias. 

Mientras sintiera dolor, sería una señal de que me mantenía con vida, aunque solo fuera por inercia, o a través de espasmos que me recordaban que mi corazón todavía latía.



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Aprendiendo lo desaprendido

Estoy dejando de buscar respuestas absurdas en ese viejo baúl carcomido de culpas y desastres.  Estoy dejando la culpa atrás, mientras camin...