Oídos sordos

El silencio se cuela por todos los rincones.
Rompe en pedazos los cristales y estos se incrustan en la piel (y en la garganta).
Impregna el aire de resignación y deja dañadas las cuerdas vocales.
No hay espacio para palabras huecas, ni gritos de auxilio.
En silencio, infecta cada parte de la estancia y de nosotros.
Solo reverbera la derrota.
Se quiebran las ramas del árbol ya caído.
No hay raíces que lo sustenten.
Solo el silencio de quien no quiere escuchar y hace oídos sordos al eco de lo que nunca se dijo.




Vestida de otoño

Hoy me he vestido de otoño, con colores amarillos, rojizos y ocres.
He pisado sobre esas promesas que dejé por el camino.
Sé que es momento de desprenderme de lo que no sirve.
Dejar atrás aquello que no aporta nada, para dar paso a nuevos brotes, nuevos comienzos.
Caminaré, quizá, desnuda y desprotegida durante un tiempo. Seré vulnerable a la tormenta y al viento.
Me inundaré en dudas y, en otras ocasiones, mis fuerzas se irán apagando.
Pero sé que brotaré de nuevo.
Ya siento frío en mis costillas, y la nostalgia ya no me sirve de abrigo.
Tejeré una manta con todas las cosas que no dije. Remendaré cada nudo que quedó prisionero.
Debo prepararme para el frío invierno.
Saber dónde comenzar a abrazarme, a sentirme y a besarme.
Para desprenderme de la escarcha de mis entrañas, antes de que lleguen la rabia y el miedo.







Una forma impersonal llamada carne

A mi alrededor solo intuyo tu presencia.
Tus besos no son tangibles, salvo aquellos que guarda mi memoria.
Esa química que recorre mi cuerpo, vibrando en iones, me convierte en una forma impersonal hecha carne.
Y es ahí donde quisiera que fuéramos iones y cloro, expandiéndonos por cuerpos que rozan el límite.
Cruzamos miradas y atrapamos deseos escondidos en silencios incómodos.
Seguimos nuestro camino, asumiendo la derrota, con los labios empapados de anhelos.
Nos hacemos diminutos y acogemos la incertidumbre entre las manos, esperando que, algún día, esta química se expanda en nuestros cuerpos, enredados en algo más que una forma impersonal llamada carne.
 

Limpieza exhaustiva

Sigo intentando limpiarme.
Quitarme del alma los reproches, las excusas que me pesan como piedras, ese susurro hiriente que repite:
“podrías haberlo hecho mejor”.
Toda la tierra que me arrojo encima podría alzar un cadalso, pero también un refugio.
Y sin embargo, me empeño en levantar muros que se cierran sobre mí, ciegos, fríos, impenetrables.
Nunca es suficiente.
Por más que me esfuerce, siempre queda una tela invisible que enturbia la luz.
Ser tan exigente conmigo es un veneno lento.
Me cuesta colgar medallas
en el pecho que las merece.
Quizá la clave no sea arrancar esta voz, sino aprender a convertir el látigo en abrazo y dejar que el muro me proteja, si logro mirarlo distinto.
En cada grieta se abre un resquicio y por él se cuela la claridad.
La vida me recuerda, con paciencia, que incluso en la sombra puede germinar la esperanza.
No busco borrar mis errores, camino con ellos, como quien lleva cicatrices que cuentan mil historias.
Quizá nunca deje de exigirme, pero podría hacerlo sin cadenas, sin culpas.
Y tal vez, en ese gesto mínimo, encuentre la paz que he estado buscando tanto tiempo.




Cómo quisiera contarte

Cómo quisiera contarte que en mi cielo ya no veo solo nubes negras. Y si las hay, las transformo en animales gigantes. Las moldeo a mi antoj...