Un día me iré.
Tomaré el camino más largo.
Apartaré las migas de pan que nunca me llevaron a ninguna parte.
Dejaré de buscarle sentido a todo y lamentaré no haberme ido antes.
Caminaré por lugares nuevos y dejaré la desidia enterrada en algún rincón.
Me iré para encontrar cien motivos para quedarme.
Y en el trayecto, trataré de desenredar todos los nudos que quedaron aprisionando mi pecho.
Descansaré entre las hojarascas.
Y cuando el silencio me alcance, no dolerá.
Será un silencio distinto, lleno de espacio para comenzar.
Miraré mis manos vacías y entenderé que están listas para sostenerme.
Y tal vez, al final del camino, me encuentre conmigo, me cuide y me perdone.
Entonces sabré que irse no era huir.
O tal vez solo huyo de lo que fui y necesito saber quién soy sin heridas ni cicatrices.
Entender que soy capaz de escalar montañas y de volar cuando sé que mi lugar ya no es el que habito.
Un día me iré, pero me iré bien.
No pretendo dejar el desastre tras mis pies.
Como si de un ser evanescente se tratase.
Sin hacer ruido. Invisible, como siempre fui para el mundo.
Solo dejando una pequeña huella.
Dentro de ti tal vez.
Solo espero que cuando sientas esa huella, te haga sonreír.

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