Es curioso cómo a veces necesitamos llegar al límite para comprender el verdadero valor de los momentos, de las personas, e incluso de nosotros mismos.
Ese límite que nos empuja a revisar cada error (aunque no haya sido propio), cada tropiezo, cada decepción, como si fueran derrotas escritas en nuestra piel.
Nos frustramos cuando alguien intenta hablar de lo que pueden enseñarnos los malos tiempos. Nos parece injusto el karma (si es que realmente existe), porque nunca se manifiesta cuando más lo necesitamos.
Intentas cruzar esa delgada barrera que te separa de tu propia realidad, aunque los pensamientos intrusivos sigan apareciendo como sombras persistentes.
Aun así, haces a un lado todo aquello que pesa, porque ya conoces ese abismo, y buscas llenar los vacíos con libros, con dibujos, con caminatas silenciosas. Con tardes de café y viernes compartidos con amigos que, sin saberlo, siembran esperanza en tu interior (esa esperanza que sabes imprescindible) para seguir adelante sin volver a rozar ese límite (ni mucho menos cruzarlo).

No hay comentarios:
Publicar un comentario