Un poema para cada herida

Todavía me quedan heridas en la piel a las que no les he dedicado ningún poema.

Todas tienen algo en común: no las he nombrado, no las he mirado con la atención que merecen.

Siempre pienso que bajo mi armadura puedo guardar todo lo que solo yo puedo entender. 

O quizá tema que mi pluma no cese de escribir sobre ellas. 

Tal vez, una vez comience, no las podré detener.






Universo vs Destino

De verdad que quiero creer que es el universo, el destino o qué sé yo quien me pone a prueba constantemente. 
Me presenta a personas y se lleva a otras.
Quiero creer que siempre hay alguna razón escondida, que todas y cada una de esas personas se han acercado para enseñarme algo, y mi subconsciente no deja de repetir que volverán a irse y dejarán ese mismo vacío que siempre tuve.
Esquivo cada una de las pruebas que se me presentan y siempre intento salir ilesa y en silencio.
Creo que fue el universo o quizá el destino el que me dio otra oportunidad cuando mi vida y mis emociones circulaban sin frenos.
Tal vez sea que he tomado decisiones equivocadas, que el libre albedrío no deja de darme punzadas en el estómago.
Nunca sabré qué situación fue causada por el destino o por mis malditas ganas de seguir luchando.
Porque no, ni el universo ni el puto destino lograrán tumbarme.
Porque saben que no me rindo.




Tierna esperanza

Pensé que nada podía salvarme.
Que había entrenado bien a todos mis miedos para que fueran invencibles.
Quise estrujar entre mis manos todos y cada uno de mis sueños, para no dejar la puerta abierta y que pudiera colarse la brisa de la esperanza.
¿Y qué más da si alguna vez los tuve? Si volvieron a escaparse como arena entre mis dedos.
Dejé de contar estrellas para contar lunares.
La constelación que dibujaste en mi espalda dejó espacio a un escalofrío.
Y no, no fue solo el miedo, tan bien entrenado, el que prendió la mecha.
Fueron tus ganas de volver a creer que no existe el miedo, si todavía sentimos bombear algo en nuestro interior.
Y comenzaron a romperse las murallas que había levantado tan cuidadosamente.
Y sin querer, comencé a ver luces en los rincones oscuros.
Y en tu fragilidad, tierna esperanza.
Comenzaron a brillar las estrellas y los lunares, allí donde nadie consiguió prenderlas antes.




Verdaderas mentiras

Déjame mentir hoy y haz como si de verdad me creyeras.
Créeme cuando te digo que ya he olvidado todo.
Que mi mente está liberada de culpa y miedo.
Que hoy agarro con fuerza el presente y lo disfruto sin mirar al pasado.
Mis ojos ya no son diques y soy yo quien sostiene el vacío.
Déjame explicarte que dejé de tirar todos mis sueños y de aplastar la frustración como un papel arrugado.
Déjame contarte que ya no temo al eco de mis inseguridades, que he aprendido a bailar con mis sombras sin dejar que me arrastren.
Hoy, mi corazón late sin los fantasmas del ayer. Los días ya no son grises, sino lienzos llenos de colores que pinto con cada paso que doy. Y aunque a veces el viento sople fuerte, hoy sé que soy capaz de sostener mi rumbo.
Déjame decirte que la paz que ahora encuentro no es un destino, sino un viaje.
Y aunque siga sin encontrar mi destino, hoy sé que no perderé el camino.




Cuídate de mí

Que me tengan cuidado las palabras, que puedo trenzar mis miedos con ellas.
Y, por favor, que no aprovechen la oportunidad para rendirme cuentas, que ya no consigo que cuadre nada.
Que me tengan cuidado los abrazos, que pueden hacer nido en mis pulmones jadeantes, al inhalar y exhalar tantos suspiros.
Que no estoy acostumbrada a este trasiego de emociones que siento dentro.
Y creo que algo en mí estallará en pedazos.
Ya me cansé de reconstruirme una y otra vez, y que por mis grietas se filtren las lágrimas que guardo.
Que me tengan cuidado los versos, que de palabras incoherentes yo entiendo.
Y también de metáforas absurdas que esconden el vacío más profundo.
Que no, que no soy de hierro.
Que soy frágil como el cristal.
Que me tengan cuidado las promesas, que solo sé romperlas a mí misma.
Que me tengan cuidado las noches, que guardan en su silencio los susurros de mis dudas.
Que me tengan cuidado las estrellas, que no todas iluminan el camino correcto.
Que me tenga cuidado el camino, que aunque sangren mis pies, sabe que no me rindo.




La sinfonía perfecta

Éramos la sinfonía perfecta.
Aunque nunca hubo un crescendo en nuestras notas.
No construimos momentos de tensión que culminaran en un contraste de cuerpos y emociones. Más bien, fue un contraste frío de emociones reprimidas. Vivíamos en una perfecta armonía tranquila, donde cada gesto era predecible. Nuestras voces se entrelazaban, sin necesidad de acelerar el pulso. Quizá nos faltaba la pasión encendida y, en su lugar, nos resguardaba una calma profunda, como si ya conociéramos el final de la melodía. Sin embargo, algo faltaba: un acorde suspendido que nunca terminaba.
Y sabes, aunque la melodía siga sonando, siempre hay una parte de la canción que se queda en el aire, esperando el cierre definitivo. Nos quedamos atrapados en un compás interminable, sin atrevernos a dar el paso hacia el próximo acorde. Quizás el problema no era la falta de pasión, sino el miedo a lo incierto, a lo desconocido, al giro inesperado. Y mientras la escuchábamos, sabíamos que algo nos faltaba, pero no estábamos dispuestos a buscarlo. Quizás porque, en el fondo, ya sabíamos que el verdadero final solo llega cuando las notas se desvanecen en el silencio.
Dejábamos la habitación desordenada de deseos apagados y sonrisas fingidas que, al despertar, no encontraban su lugar en el armario ni en nuestro interior.




Versos silenciados

No, la poesía no cura las heridas.
Ni siquiera ayuda a cerrar cicatrices.
Tampoco sirve para camuflar los viejos fantasmas del pasado.
No le eches la culpa a la pluma de tu necesidad de vomitar metáforas que nadie comprende.
Ni siquiera es culpable de la resaca emocional que creas en tu mente y después intentas superar desmembrando versos áridos que no te atreves a sacar a la luz.
Maldita mente la tuya, que solo es capaz de desahogar tus gritos con la poesía, escribiendo siempre en tercera persona, ajena a los hechos.
No le eches la culpa a la poesía de haberte levantado tantas veces de ese lodazal en el que estabas sumergida.
Ella no te escucha.
Solo está ahí para plasmar cada uno de esos sentimientos reprimidos que te niegas a gritar.
Pero, joder, ¿por qué te sientes tan bien cuando estás con ella?
¿Por qué sientes que te ayuda a desenredar esos nudos que son un vórtice tóxico que no te deja respirar?
Y, aunque te niegues a aceptarlo, la poesía es la única que quedará cuando ese grito te sacuda.




Escalar el abismo

¿Cómo se desenreda un nudo en la garganta?
Tengo la sensación de que he estado toda la vida intentando salvar a todo el mundo y me olvidé, por un momento, de salvarme a mí misma.
Dejé que todo lo que quedaba de mí cayera en un abismo del que solo yo podía salir.
Cansada de sostener la soga para no dañar a otros, sin importar qué daño pudiera causarme.
Me di cuenta de que todas y cada una de esas heridas ya no supuran y quieren curarse, sin importar el tiempo que tarde.
Dejé que la luz se colara por esas grietas y me sorprendió ver cuánto puedo iluminar.
Dejé de contar mis pasos y mis paradas.
Aprendí a subirme al tren sin importar el destino ni el mañana.
Ya perdí demasiado tiempo.
Y aunque a menudo creo haber llegado tarde a todo,
aprendí que nunca es tarde para vivir el momento.
Si todavía me pueden las ganas.
Y después de lanzar la soga al abismo y desenredar parte de esos nudos,
puedo sostenerme sin que la vida sea un constante vértigo.




Pequeños trofeos que no caben en versos

Quise mirar en mi interior y pensar en todo lo que he aprendido en el proceso.
Pero sé que no cabe en un poema.
Las lecciones, aunque profundas, no pueden encerrarse en versos.
Sé que todo lo que he aprendido lo guardo en silencio, dentro de mí, como pequeños trofeos ganados con tanto esfuerzo, que solo tú sabes cuánto significan.
Y aunque intente darles forma, sabes que es algo que solo el alma entiende, y que el papel nunca podrá abrazar.






Qué nos queda después de la poesía

La poesía es el anestésico perfecto para mitigar el dolor de cualquier verdad, que a menudo estrangulamos con alegorías, aunque estas sean imperfectas, pero necesarias para soportar la cruda realidad de este mundo, que nos deja la estancia vacía y el pecho lleno de rabia. 
Después, transformamos esa rabia en poesía, en dibujos, en música. 
El arte es el mecanismo de defensa más potente del que disponemos para curarnos, deshacer los nudos y liberarnos.
Y qué nos queda después de la poesía.
Nos quedan los amaneceres de fuego.
Las caricias que cierran heridas y abren nuevos caminos.
Las tardes de café y risas.
Las risas que acaban en ese llanto contenido.
Correr descalza por la hierba mojada y sentir que estamos vivos.
A pesar de las tormentas.
Y de las heridas.
Seguimos respirando.
Y eso no debe ser tan malo.
Si por una vez en tu vida.
No ahogas un grito. 



Duerme pequeña

Me hice mayor el día en que no encontré sentido a desvestir esa muñeca andrajosa y curar sus heridas invisibles.
Pensé, quizá, que, de esa forma, encontraría respuesta y alivio en las mías.

Un poema para cada herida

Todavía me quedan heridas en la piel a las que no les he dedicado ningún poema. Todas tienen algo en común: no las he nombrado, no las he mi...