Ceguera emocional

A veces soy incapaz de ver el verdadero valor de las cosas.
No porque no vea, sino porque dejo de mirar.
Dejo de sentir el valor de lo que tengo,
de lo que soy, de lo que me rodea.
Como si diera por hecho que todo estará ahí para siempre, inmutable, eterno. Me dejo arrastrar por la rutina, por el cansancio, por esta ceguera emocional que nubla mis sentidos.
Y por tanto, no consigo valorarme y reconocer mis avances.
No me detengo a pensar que hay quienes darían lo que fuera por tan solo una parte mí, aunque sea algo invisible, intangible, fugaz.
Pero cuando llego al límite, cuando todo dentro se rompe, mis sentidos se apagan. Mi percepción se estrecha… 
Solo entonces me doy cuenta de lo lejos que estoy de la verdad.
De lo encerrada que estoy en una realidad que ya no sostiene nada.
Y duele.
Duele ver todo con claridad, cuando ya no queda nada por sostener.
Y descubro que, tras esa venda y esa falsa realidad, también existe un mundo increíble por descubrir.
Aunque duela. 
Aunque cueste. 





Tejiendo quimeras

No te quedes a mi lado si no lo sientes.
No insistiré más.
Deberías leer en mis ojos cuánto te he necesitado.
El vértice de mis brazos ya no encuentra refugio en los tuyos.
Ya no hay melodías ni bailes de medianoche.
Me acostumbré a la soledad de una estancia llena, pero vacía por dentro.
En mi caótico espacio, no supiste (o no quisiste) acurrucarte a mi lado.
Y, engullendo mis ganas y mis silencios, dejabas nuestros sueños en puntos suspensivos.
Dejé impregnadas mis mañanas de deseos inalcanzables, y tú, a kilómetros de mí, no encontrabas la puerta de entrada… ni la de salida.
Me acostumbré a levantar mi castillo y mi fortaleza, y me quedaba tejiendo quimeras.
Ya no necesito tantas armaduras para sostener la vida.
Aprendí a manejar la ira con pequeños grandes momentos que lograron llenar esos huecos vacíos.
Sigo aprendiendo...
Sigo rellenando grietas con polvo de oro y plata. Porque no, yo nunca me rindo.
¿Y sabes qué?
Contigo sí lo he hecho.



Silencios rotos

Todavía pesa, claro que pesa, pero, joder, no puede ser siempre todo bonito y brillante. También existen los colores grises, aunque a menudo no quieras reconocerlo. Debes tener días malos. Recordar todo por lo que has pasado para darte cuenta de lo que has avanzado y lo que has superado. ¿Y qué más da si nadie se da cuenta? Si tampoco se dieron cuenta cuando caíste y estabas en el fango. ¿Quién te ayudó a salir de él?
Sabes perfectamente que te necesitas, por encima de todo, eres el amor de tu vida. Aunque en muchas ocasiones te hayas odiado, rechazado o culpado por cosas que no estaban en tu mano.
Eres tan fuerte que no eres consciente de lo que eres capaz de resistir, hasta que no te quedó otra opción que hacerlo.
Y ¿qué? Estás aquí, superando obstáculos y subiendo escalones que jamás pensaste que lograrías subir.
Debes sentirte orgullosa de todo lo que has logrado en silencio. Porque nadie ha sufrido tus rasguños ni ha curado tus heridas más que tú.
Valórate, joder, que ya va siendo hora.
Mereces más sonrisas que lágrimas y más bailes que heridas.
Nunca es tarde.
No lo olvides.
Y quien quiera seguirte, será bienvenido.
Quien no te acepte, ya sabe dónde está la puerta de salida.
La vida es demasiado corta para perder el tiempo.
¿No crees?




Metamorfosis

Sostener el miedo y la culpa a menudo es agotador.
Caminar con paso firme sobre espinas es difícil de soportar.
Intentas desprenderte cada día de una fina capa de tu coraza, con la incertidumbre de que alguien pueda volver a atravesar esa parte que tanto tiempo protegiste.
Y te das cuenta de todo lo que has perdido mientras estabas ocupada intentando alejar a esos monstruos, de los que será difícil deshacerse.
Pero, después de todo, esperas que ocurra esa metamorfosis que te salvará del daño que causaron.
Y volarás como nadie creyó que podrías.
Algún día lo conseguirás.
Porque nunca te rindes.











Sombra y silencio

Hay días en los que avanzas diez pasos, 
y sin embargo, otros días solo queda una sombra que se alarga en el silencio, 
como si el tiempo se hubiera detenido solo para ti.
Las horas pesan, los pensamientos te arrastran, y todo lo que ayer parecía posible hoy se esconde tras un velo gris.
No hay ruido, solo el eco de lo que no fue,
de lo que pudo ser y no fue suficiente.
Y en esa quietud que duele, en esa calma que no consuela, uno aprende a convivir con la ausencia de fuerzas, de respuestas y de sentido.
Pero aun así, la sombra está ahí y si existe sombra, 
es porque en algún lugar todavía hay luz.








Inventario de una ausencia

Se fue. 
Se fue igual que vino, 
como un relámpago, 
y no supe cómo detenerlo.
Se fueron sus mentiras y sus verdades, 
y todos sus disparates.
Se fue el vacío y la ausencia.
Se fueron las ganas de estrujar la coherencia.
Se fueron las noches en vela, 
y las velas encendidas.
Se fueron los brindis con vino 
y las borracheras de besos escondidos.
Se escondió en un hueco vacío, 
allí donde nadie pudo encontrarlo.
Agazapado, como un animal herido,
esperando un rescate.



Cartografía de una cicatriz

Escribo para llenar los huecos que dejaron las cicatrices.

Para poder gritar en silencio a mis renglones

 lo que nunca le grité al mundo.

Para no dejar morir lo que creí muerto en mí.

Y para convencerme de que existo y sobrevivo.

Que perdonen mis renglones,

mi pluma y mis fracasos,

si pisoteo la incoherencia

con unas letras que no se sostienen.





No soy lo que escribo

Quisiera tener un motivo por el que seguir luchando, pero acabo vencido y somatizando mi angustia.
No me encuentro en los lugares donde creí pertenecer, y a veces pienso que debería huir para salvarme.
Ya no encuentro en mí ningún refugio donde pueda guarecerme de la tormenta.
Ya no sé dónde colocar los sentimientos para que no me abrasen por dentro.
No es tan fácil escribir sobre tus sentimientos sin filtros que los adornen. Así, a quemarropa. Deshaciéndote de tu coraza y dejando que el mundo lea en qué se reduce tu estado de ánimo.
Que, en ocasiones, estás arriba y, de repente, eres consciente de la realidad y te lanzas al vacío.
Qué vacíos se sienten los sentimientos cuando no se expresan adecuadamente. Cuando los reprimimos para no entorpecer el camino de nadie, sin darnos cuenta de que vamos dejando huecos difíciles de llenar.







Versos vacíos

¿Cómo quieres que escriba un poema,
si ya no hay palabras que salven nuestros renglones?
Lo que fue brisa se volvió huracán.
Ya no siento que el sol de invierno acaricie mi piel, 
ni que la abrace con su tibieza.
Todo se ha vuelto eco
una voz que no regresa.
Una página en blanco que se resiste a nacer.
Y en mis manos, el temblor de lo no nos dijimos,
de lo que no fuimos, 
de lo que ya no seremos.







El valor del silencio

Déjame alejarme de todo;
solo necesito encontrarme
y saber que no han sido en vano
todos mis esfuerzos.

Que incluso el árbol más fuerte
se quiebra con el viento, pero aún roto,
sus raíces siguen abrazando la tierra.

Déjame caer, si es necesario,
para entender el valor de levantarme de nuevo. 
No busco huir,
solo silencio…
un refugio lejos del ruido del mundo,
donde pueda escucharme de nuevo.

Volveré.
No ilesa,
pero más sabia.
No igual,
pero más yo.



Rendición invisible

¿A qué distancia se encuentra la esperanza de la frustración?
Porque siento que ya he recorrido demasiados kilómetros sin encontrar un motivo que me convenza de que vale la pena seguir caminando, mientras veo cómo sangran mis pies.
He escalado montañas donde el vacío era mi único compañero, y ya no sé si los árboles danzan o si, en su movimiento, me suplican auxilio.
Observo cómo caen las hojas secas e intento descubrir en mí nuevos brotes.
No soy del frío, soy de primavera, pero ya me cansa esperar a que las flores más fuertes rompan el asfalto.
Nunca me rindo—repito esa frase una y otra vez para convencerme de que es verdad—pero mi mente insiste en formular la misma pregunta:
¿Cuántos intentos son razonables antes de rendirse?






Ceguera emocional

A veces soy incapaz de ver el verdadero valor de las cosas. No porque no vea, sino porque dejo de mirar. Dejo de sentir el valor de lo que t...