Me enseñaron matemáticas y aunque nunca fui de números, me quedé con lo básico.
Aprendí a restarle días a mi vida.
A sumar los pasos que me sacaran del callejón sin salida.
Luego, comprendí que le faltaba algún número a mi ecuación.
Dejé a un lado la incógnita del que pasará mañana y decidí cambiar todos mis números restantes para sumarle sentido a mi vida.
No es nada fácil cambiar de operación, cuando en tu cabeza solo hubo restas y dividendos.
Es tanto lo que quise aprender, que conseguí que uno más uno fueran cinco y que de esa forma pudiera restarle metros al abismo.
Aprendí también, que no solo se puede llorar de tristeza y que puedes sumar todas las veces que quieras, siempre que te queden fuerzas.
Y cambié.
Y cambió mi forma de ver las matemáticas.
Y la vida.
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