Una fina capa cada día

Moví los músculos de mi garganta y mi lengua buscando saliva para poder ingerir mejor mis emociones, pero no la había. Elegí seguir, aunque sabía que estaba cruzando el límite. 
Y quise poner límite a mis pensamientos y a esa absurda idea de que solo pertenezco al abismo.
Recordé todas las veces que me fallé e intentaba rezarle a un ser que no existe, pidiendo auxilio.
Un cuento sin argumento.
Un párrafo desordenado y sin sentido.
Que solo pretendía alcanzar un pequeño destello.
Para creer que todavía es posible.
Nunca tuve sueño ni sueños.

Dejar de buscar

Sigo sin comprender en qué momento pasó. 
Engulleron mis silencios rotos como platos. 
En mil pedazos quedaron todas esas alegorías mal escritas. 
Ese rompecabezas que intenté comenzar y nunca pude terminar. 
Ya no tenía ningún sentido en cada una de sus formas. 
Ni sus conceptos.

Las matemáticas de la vida

Me enseñaron matemáticas y aunque nunca fui de números, me quedé con lo básico.
Aprendí a restarle días a mi vida.
A sumar los pasos que me sacaran del callejón sin salida.
Y a multiplicar los metros hacia el abismo.

Qué nos queda después de la poesía

La poesía es el anestésico perfecto para mitigar el dolor de cualquier verdad, que a menudo estrangulamos con alegorías, aunque estas sean i...