Y quise poner límite a mis pensamientos y a esa absurda idea de que solo pertenezco al abismo.
Recordé todas las veces que me fallé e intentaba rezarle a un ser que no existe, pidiendo auxilio.
Un cuento sin argumento.
Un párrafo desordenado y sin sentido.
Que solo pretendía alcanzar un pequeño destello.
Para creer que todavía es posible.
Porque despertaba empapada de realidades que después me empeñaba en disfrazar con alegorías mal escritas.
Pensé que no sería capaz.
Creía… no, qué estoy diciendo, no creía en mí. Nunca lo hice. Ese fue mi error. Uno de tantos.
Ya no importa.
Me he decepcionado a mí misma tantas veces, que incluso olvidé quién era.
Olvidé también hacia dónde me dirigía. Sigo sin reconciliarme conmigo.
Sè que será un camino arduo, que espero conseguir llegar algún día.
Creo que puedo conseguirlo.
Puedo llegar a acostumbrarme a las risas. A las personas que arropan y acarician el alma, sin dañarte.
Quizá sea el momento de comenzar a desprenderse de la coraza poco a poco.
Una capa fina cada día.
Y darte cuenta de que ya no sangran esas cicatrices que creías abiertas.
Que es momento de dejar de taparlas con finas capas de hierro.
No soy lo que escribo.
Soy todas las finas telas invisibles que desprendo de mi piel cada día.
Para ser yo de nuevo.
O quizá otra yo reconstruida.
Que deje huellas en su camino.
No cicatrices en su cuerpo.
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