Sigo guardando esas cartas que nunca te envié. Todavía huelen a mí y en algunas de ellas dejo plasmado mis labios en lugar de escribir mi nombre.
También quemo los bordes e imagino que se trata de un pergamino.
En ellas, guardo decenas de secretos que confieso, a sabiendas de que se quemarán con los bordes del papel.