La poesía es el anestésico perfecto para mitigar el dolor de cualquier verdad, que a menudo estrangulamos con alegorías, aunque estas sean imperfectas, pero necesarias para soportar la cruda realidad de este mundo, que nos deja la estancia vacía y el pecho lleno de rabia.
Después, transformamos esa rabia en poesía, en dibujos, en música.
El arte es el mecanismo de defensa más potente del que disponemos para curarnos, deshacer los nudos y liberarnos.
Y qué nos queda después de la poesía.
Nos quedan los amaneceres de fuego.
Las caricias que cierran heridas y abren nuevos caminos.
Las tardes de café y risas.
Las risas que acaban en ese llanto contenido.
Correr descalza por la hierba mojada y sentir que estamos vivos.
A pesar de las tormentas.
Y de las heridas.
Seguimos respirando.
Y eso no debe ser tan malo.
Si por una vez en tu vida.
No ahogas un grito.